Extracto
del Libro “Iceberg a la vista: principios para la toma de decisiones
sin hundirse de Miguel Ángel Ariño y Pablo Maella”
LA IMPORTANCIA DE LA TOMA DE DECISIONES
A
andar se aprende andando. A nadar se aprende nadando. Pero a tomar bien
las decisiones no se aprende sólo tomando decisiones. Se aprende a
decidir cuando se interiorizan unos principios básicos ..... Algunos de
estos principios pueden parecer muy básicos y elementales, pero son
justamente las cosas obvias las que muchas veces no se tienen en cuenta y
conducen a decisiones ineficaces.
Nuestras
vidas y también las organizaciones de las que formamos parte dependen
de dos factores: las decisiones que tomamos y el entorno externo. El
entorno externo son todas aquellas circunstancias que nos rodean y
sobre las que no tenemos ningún control, no tenemos manera de influir
sobre ellas........
Algo
distinto sucede con esas otras circunstancias que nos acompañan en la
vida y sobre las que sí tenemos posibilidad de influir. Sobre algunas
tendremos control total y sobre otras simplemente podremos influir en
cierto grado. Controlamos o influimos sobre todas esas circunstancias
mediante las decisiones que tomamos. Es por esto que lo que en el futuro
sea nuestra vida dependerá de las decisiones que adoptemos a lo largo
del tiempo, porque tomando decisiones es como influimos en la realidad.
Podemos
decir que nuestra historia personal es la historia de las decisiones
tomadas, y que nuestro futuro —que está condicionado por aquellas que
ya hemos tomado- lo vamos forjando a través de las futuras decisiones.
De ahí la importancia de la toma de decisiones en la vida de las
personas, ya que en último término cada uno es lo que decide ser. De
hecho, tomar decisiones es la actividad más importante que realizamos
las personas. En el ámbito empresarial, es el acto directivo
fundamental, porque un directivo lo es en la medida que decide.
La
toma de decisiones está tan ligada a nuestra vida que no podemos
prescindir de ello: no podemos abstenernos de hacerlo, porque decidir
no tomar una decisión implica de por sí haberlo hecho. Lo que sí
podemos decidir es si la queremos tomar nosotros o si preferimos que
otros lo hagan por nosotros. En ese caso estamos decidiendo poner el
control de nuestra vida en manos de terceros. Por eso no podemos
renunciar a decidir, porque haciéndolo nos convertimos en espectadores
en vez de en actores protagonistas de nuestra existencia. La toma de
decisiones no la podemos subcontratar, a diferencia de, por ejemplo, la
gestión patrimonial de la empresa. Cada persona está irremediablemente
obligada, por acción o por omisión, a tomar decisiones. Por todo esto
es bueno acostumbrarse a adoptar decisiones activamente, aunque sea
sobre cosas pequeñas. Este es un hábito que fortalecemos con la
práctica y que sin ella se anquilosa. Si nos acostumbramos a no
tomarlas proactivamente, entonces nos costará más hacerlo, porque la
indecisión genera más indecisión.
A
la decisión siempre va ligada la posibilidad del error. Hay personas
que tienden a no tomar decisiones porque tienen miedo a equivocarse, y
dejan que las circunstancias decidan por ellas,
abandonando así el control de su propia existencia. Este tipo de
personas, que se niegan la posibilidad de «fracasar», paradójicamente,
lo acaban haciendo porque al no decidir no tienen posibilidades de
salir al encuentro del éxito. Renunciando a la posibilidad de fracasar,
renuncian también a la posibilidad de triunfar.
Las
personas de éxito también han tenido desventuras. Personas consideradas
como grandes empresarios acumulan en su historial fracasos, algunos de
ellos sonados. El éxito muchas veces es fruto del fracaso. Tener éxito
consiste en levantarse una vez más de las veces que se haya caído. Si
no probamos no podemos ganar. Si no compro billetes, no me va a tocar la
lotería...
En resumen:
• A decidir bien no se aprende sólo tomando decisiones. Se aprende cuando se siguen unos principios básicos.
•
Las decisiones que vas tomando son las que van conformando tu vida:
cada uno es lo que decide ser teniendo en cuenta las circunstancias que
le ha tocado vivir.
• Acostúmbrate a decidir activamente, porque si no lo haces cada vez te costará más hacerlo.
• Admite que puedes equivocarte —eres humano—, para concederte la posibilidad de acertar.
• Sé consciente de que no puedes resolver todos los problemas que se te plantean.
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